La Atalaya de Albercutx, situada a 380 metros sobre el nivel del mar, forma parte del sistema de torres fortificadas y armadas que se construyeron en la isla entre finales del siglo XVI y principios del XVII ante el auge de las acciones de piratería que se vivió en el Mediterráneo perpetradas por personajes como Barbarroja (1).
Hasta entonces, las labores de vigilancia y defensa se realizaban mediante vigías durante el día y escuchas durante la noche, si bien este sistema era poco efectivo ya que estas personas no sólo no contaban con los medios necesarios para hacer llegar un aviso de peligro rápidamente, sino que en muchas ocasiones morían a manos de los atacantes sin siquiera haberse percatado del peligro al encontrarse totalmente desprotegidos.
Gracias a este nuevo sistema de atalayas, ideado por Joan Binimelis (2), si desde esta u otra torre se divisaba un peligro se emitirían señales de humo durante el día o de fuego durante la noche, que se transmitirían de una torre a otra hasta lograr alcanzar la ciudad de Palma, en el extremo opuesto de la isla, en poco más de media hora, de forma que ésta pudiera enviar parte de las tropas que allí se concentraban.
En todo caso, este sistema de alarma hacia las dos grandes ciudades mencionadas se complementaba con el envío a pie o a caballo de otras personas a las localidades más cercanas, como Inca, Sa Pobla o Campanet, cuyos hombres de armas se desplazaban rápidamente a la localidad atacada para prestar su apoyo lo antes posible y poder repeler así los ataques.
Para garantizar una vigilancia constante costera desde las atalayas se decidió profesionalizar a los torreros, pero esta medida no obtuvo el éxito esperado ya que algunos aprovechaban sus largas estancias en la atalaya para trabajar en campos agrícolas cercanos y complementar así su sueldo. Así, ya en el siglo XVIII se publicaron unas ordenanzas que obligaban a los torreros a permanecer en su puesto en todo momento y a cumplir una serie de normas que asegurasen la eficacia de este sistema.
Fuente Pollensa.com